(Orbaneja del Castillo, Arroyuelos, San Martín de Elines, Santa Mª de Valverde, Covalagua, Cueva de los franceses, Las Tuerces, Sta. Mª de Mave, La Horadada, San Andrés de Arroyo y Moarves de Ojeda)

A Maite y a Kike
y a los que comparten con él
rompiendo la soledad.

Y  a todos aquellos con los que
 hice parte de mi camino y 
desconocí 
después de haberlos conocido.


No es difícil llorar en soledad, 
pero es casi imposible reír solo.

(...Y reí en compañía y lloré...sola)

3 de abril. Miércoles. Compartiendo algo más.

Partimos pronto de Boadilla para evitar los temibles atascos que se podían producir a++ la salida de un fin de semana tan largo como era éste en la Comunidad de Madrid que incluía desde el jueves al domingo y con un tiempo que prometía. Afortunadamente el tráfico por la N-I era fluido y  en escasas tres horas estábamos de nuevo en el aparcamiento de la Plaza de Santa Teresa en Burgos.

Aquí  un poco después nos recogió nuestro amigo para llevarnos a su casa, donde después de jugar un buen partido de tenis, compartimos una encantadora cena con cinco comensales más que resultaron ser, sin excepción, divertidos y entretenidos, creando un clima acogedor que contribuyó a integrarnos a un grupo ya formado y con muchas puntos en común entre ellos.

Pero sobre todo los que allí estuvimos compartiendo esa noche fuimos un grupo de siete buenas personas, con todas sus letras, reunidas en torno a una peculiar mesa, en un lugar muy muy especial y donde cada uno olvidó durante esos instantes las circunstancias, a veces no elegidas, que nos habían llevado hasta allí. Posiblemente algunos habíamos podido elegir estar,  pero otros quizás  habían sido empujados por una cadena de decisiones o circunstancias, algunas inevitables.

Pero en aquella reunión, aquellos que allí lo tenían todo o casi todo, aquellos que quizás habían podido elegir más libremente su destino, arroparon con su amistad y calor a los que las circunstancias les habían apartado de su familia y de sus amigos llevándolos hasta aquellas frías tierras. Unos y otros se abrazaban dando, recibiendo y sobre todo compartiendo.  Yo, aquella noche, aunque me sentí integrada, fui más espectadora de una realidad que me rozó hace 30 años y que a ellos aún les tocaba de lleno. La amistad, la solidaridad, la generosidad rodeaba a este grupo de personas al que espontáneamente nos habían sumado.

Así, entre risas, comentarios jocosos y animada charla  la madrugada del día siguiente nos sorprendió. Y tengo que confesar que pese a que intenté oponer toda la resistencia que pude, sobre todo cuando oí la propuesta de ir a bailar, el cansancio se apoderó de mi y me rindió a partir de la media noche. A esa hora, mi cabeza realmente se empezó a convertir en una calabaza.

Terminamos de recoger y pese a la hora ya, que rozaban las dos, decidimos levantarnos pronto, alrededor de las 8,00h. Esta vez era ya la cuarta que parábamos en Burgos a disfrutar de la compañía y siempre excelente hospitalidad de mi amigo, compañero y contrincante de tenis, obligado a dejar su hogar y a su familia en Madrid, para vivir en esta hermosa y fría ciudad a la que él se había adaptado a la perfección. Y es que supongo que toda una vida rodando por distintos lugares te vuelve adaptable y mimético a todo por una mera cuestión de supervivencia.

Y esta vez sí que habíamos decidido rendirnos a la petición reiterada de nuestro amigo de dormir en su casa. Las otras lo habíamos hecho en nuestra autocaravana, pero esta vez las circunstancias eran otras ya que a la mañana siguiente, él no debía acudir a su trabajo temprano si no que íbamos a compartir un día de ruta por las Hoces del Ebro para después, quedarnos nosotros en Aguilar de Campoo y ellos dirigirse a descansar a su casa en Santander.

Y amigo, si algún día tienes tiempo de dedicar unos minutos a la lectura de este relato, decirte que fue todo un placer dormir en un sitio tan tan peculiar y que eso ya forma parte de mi historia. De la nuestra.

Y si en otras cosas he cambiado, en lo de extrañar camas no, y para mi desgracia el sueño no me rindió hasta pasadas las 3,30 horas; después me desperté con el quejido de Angel  a quien una contractura muscular en la pierna lo tenía retorcido de dolor. Cuando cesó, conseguí dormir hasta las 7,30, y tampoco he cambiado mucho en necesitar un mínimo de horas de sueño, antes, siete u ocho, ahora seis. Esto, sumado a un pequeño pero muy molesto trancazo que me dejaba sorda y que me producía mocos sin cesar, me hacía temer que  no iba a estar a “gas completo”. Pero, era “lo que había” y con eso tenía que tirar el día y lo conseguiría, o al menos, eso deseaba.

1 de mayo. “Cuando alguien entra en nuestra vida nos acompaña siempre”

Orbaneja del Castillo
A las 8 andábamos ya trasteando y un poco después, disfrutando los cuatro de un sencillo y apetitoso desayuno para que un poco después de las 9, dejáramos Burgos, rumbo Norte, a Orbaneja del Castillo donde empezaríamos nuestra pequeña ruta  hacia el Oeste y que durante cerca de 60 kilómetros nos llevaría hasta Aguilar de Campoo en un recorrido en el que visitaríamos ermitas rupestres, románicas, parajes y cuevas.

La carretera sinuosa y serpenteante nos lleva hasta Orbaneja del Castillo, uno de los pueblos más pintorescos de la provincia de Burgos donde sorprendentemente pudimos elegir aparcamiento.

De la Cueva del Agua emana un arroyo que atraviesa el caserío dividiéndolo en dos barrios,  para precipitarse en cascadas escalonadas hacia el Ebro que corre encajonado por su propio cañón. Este invierno nos había regalado abundantes lluvias así que la cascada, hermosa como todas, se lanzaba al vacío cargada de agua. Por segunda vez, ya que la descubrimos causalmente hace unos años, disfrutamos de este lugar absolutamente excepcional, no solo por su paisaje, sino por su arquitectura montañesa –conjunto histórico desde 1993-  y rodeados de un marco incomparable. Junto a la carretera, pozas de un color verde esmeralda (gours)  y rodeadas del verdor de la primavera, remataban este espectáculo tan hermoso como inusual.

Pero sobre todo tuvimos el raro privilegio de disfrutar de paz, ya que a esas horas todavía la gente no había comenzado a llegar invadiendo sus calles y rincones, así que sentados en una sencilla terraza disfrutamos de unos pinchos acompañados por una inusual soledad.

Cuando dejamos Orbaneja, la gente comenzaba a llegar. Era como si todos se hubieran puesto de acuerdo y decidieran reunirse allí comenzando su peculiar invasión.

Pusimos rumbo a Arroyuelos, a su ermita rupestre. Una señal que aparece en la misma carretera junto a la que indica hacia San Martín de Elines y su colegiata, nos envía a la derecha, ascendiendo 
Arroyuelos
por una carretera que se estrecha en el pueblecito desierto. Sin encontrar a nadie a quien preguntar proseguimos hasta que la estrechez de la vía nos aconsejó dejar la autocaravana, por lo que la dimos la vuelta dispuestos a continuar en el coche de nuestros amigos. Pero justo allí, y a nuestra izquierda, encontramos la pequeña ermita que buscábamos y asomados a través de la reja pudimos contemplarla. Angel se empeñó en que así la veíamos y que no necesitábamos buscar a la persona que custodiaba sus llaves para acceder a su interior.

Era la primera iglesia rupestre que veíamos, al menos nosotros. Estas iglesias o eremitorios se refieren a un lugar de culto o retiro que fue excavado y vaciado en una piedra. En ocasiones pudieron aprovechar una cueva natural o un abrigo rocoso. Este fenómeno se remontó a los albores del cristianismo y fue el primer germen monástico dominante en los siglos altomedievales.
Arroyuelos

La de Arroyuelos, parece datar del siglo X. Aprovecha un enorme peñasco que debido a sus proporciones  permitió que se construyeran dos niveles de altura, como lo muestran las numerosas marcas de mechinales o agujeros que se pueden apreciar en toda la cueva. Desde el exterior observamos que consta de dos naves paralelas separadas mediante arcos de ligera herradura que descansan sobre un impresionante pilar central. A la entrada encontramos algunas tumbas antropomorfas excavadas en la roca.

San Martín de Elines


De aquí nuestro siguiente punto de destino era la colegiata de San Martín de Elines a la que se llega cruzando la carretera general y continuando recto desde Arroyuelos.

Tras una curva emerge la estampa soberbia de la cabecera de la iglesia monástica con una torre cilíndrica nada habitual. Es elegante y armoniosa. Aparcamos sin dificultad y mientras esperábamos a que terminara la anterior visita compramos unos panetes de leña al panadero que venía en su coche vendiendo el pan a los vecinos.

Y llegados a este punto conviene decir que todos los lugares que pretendíamos visitar estaban cerrados al público y era necesario contactar con la persona que tenía las llaves para acceder a ellos. En algunos figuraba el teléfono en la puerta, pero en otros no.  Yo anteriormente había tenido la precaución de ir contactando con ellas o al menos, tenerlas localizadas, pero  tuvimos la gran suerte, por unas circunstancias u otras, de ir encontrándolos todos abiertos.
San Martín de Elines. Claustro

Tan solo unos diez minutos después, las puertas de esta Colegiata se abrieron a nuestros curiosos ojos que contemplaron una auténtica joya del románico puro, del siglo XII.  Al parecer, San Martín de Elines perteneció a un Monasterio mozárabe del siglo X, pasando después a ser Colegiata (busqué en la wikipedia su significado y una definición enlazaba con otra pero entendí, aunque puedo estar errada, que una colegiata es un lugar, que sin ser catedral, posee un cabildo que son un grupo de clérigos que ayudan al obispo) y por último parroquia.

Accedemos a un encantador claustro de forma trapezoidal donde hay varios sepulcros de abades.
San Martín de Elines. Sepulcro del Caballero Peregrino.

Destaca un sarcófago denominado “sepulcro del Caballero Peregrino”, con dibujos geométricos  en su tapa y de arcos en sus dos laterales, sin representaciones vegetales o humanas y que reúne varios estilos aunque parece predominar el gótico. Es sencillo y exquisito y nos deleitamos en su contemplación. Está apoyado sobre dos perros que simbolizan la fidelidad.

Además hay varias pilas bautismales de parroquias próximas y que han sido depositadas aquí.

Entramos a la iglesia a través de una sencilla puerta.
San Martín de Elines. Iglesia
San Martín de Elines. Iglesia
Las proporciones de la cabecera junto con los arcos semicirculares murales que llenan todo su interior,  la  hacen armoniosa y elegante.  La luz que se cuela por  los ventanales, junto con la iluminación interior y la piedra  dorada, la embellecen aún más. Nuestro guía llama nuestra atención sobre dos capiteles prácticamente cilíndricos en los que se apoyan los arcos de la cúpula y que representan escenas bíblicas. Al parecer son únicos. Yo, hasta ahora, no había visto ningún capitel románico circular.

Ya en el exterior me centro en los canecillos o “canutillos” como los llamábamos en broma. Me entretiene y divierte mucho identificar los que tienen representaciones eróticas que siempre suele haber en las iglesias románicas. Encontrar figuras en claras posturas exhibicionistas, o eróticas, o simplemente representando personajes distintos a los religiosos, es algo que rompe y añade algo divertido y lúdico a lo que en principio no lo es. En ésta había leído que  había varios pero por más que me empeño en identificarlos, no lo consigo, a excepción de dos mujeres abrazándose, que con la mente algo retorcida, podríamos decir que eran dos lesbianas.

Sorprendidos aún por esta maravilla que casi está en medio de la nada, retomamos nuestro camino y junto a la carretera  y a nuestra derecha encontramos la pequeña y encantadora ermita rupestre de Cadalso. Aparcamos, bueno, realmente nosotros nos retiramos un poco al arcén y fueron nuestros amigos los que aparcaron como “dictan las normas” para echar un breve vistazo. Pero nuestra buena estrella nos sigue acompañando y aparece la señora que tiene las llaves y que nos dice que todos los días da un paseo hasta aquí. Así que nos abrió para poder disfrutarla.  Es pequeñita, de una sola nave techada por  una irregular bóveda de cañón. Pequeños vanos horadados en la misma roca proporcionan iluminación a su interior.

Cadalso
La señora muy enfadada y entristecida nos cuenta que ahora ya no era lo que había sido. En principio leo que las obras de ampliación de la carretera se llevaron por delante varias tumbas antropomórficas y ella afirma que desaparecieron elementos importantes que según el contratista “tiraron al río”. Nos dijo que ya nunca había vuelto a ser lo que había sido, perdiendo incluso parte de su significado para las gentes de lugar.
Cadalso

Es curioso como nos aferramos a cosas, a elementos inertes a los que vamos dotando casi de vida según vamos cumpliendo años y que pasan a ser una parte muy importante de nuestros recuerdos a los que asociamos siempre sentimientos y emociones. Tanto, que si desaparecen o se deterioran nos afecta profundamente. A veces ponemos tanto afecto en estas cosas que su pérdida o deterioro pueden sumirnos en una profunda tristeza. Y perdón por estos renglones de quizás, absurda reflexión…Mi excusa: me hago mayor.

Indignada, sigue hablando y hablando y ahora solo a Angel que pacientemente la escucha mientras que los demás nos dirigimos ya a nuestras respectivas naves para continuar nuestro camino.

Villanueva de la Nia
Ahora nos dirigimos a la iglesia de Santa Maria de Valverde, pero en nuestro camino topamos con otra iglesia románica que yo no tenía anotada  pero que aparece señalizada en la carretera.

Estábamos en la de San Juan Bautista en Villanueva de la Nia. No  parece tener nada relevante, excepto que la puerta de subida al campanario podria haber  sido violentada y accedemos a éste por unas estrechas escaleras de caracol que nos dejan por encima del techado del tempo. Otras metálicas llevan arriba del todo y la tapa de la claraboya está abierta. Angel, prudente como siempre, dice que no subamos allí, pero nuestro amigo no lo piensa y se pierde por el agujero del techo, y yo, como no, le sigo.  Nos movemos con cuidado y junto a sus dos campanas, contemplamos unas vistas hermosas a nuestro alrededor.
Villanueva de la Nia

Y vuelo a mi infancia, al campanario de la iglesia del pueblo de mi madre. Eran los chicos los encargados de tocar las campanas, pero a mi me encantaba, y alguna vez me escapaba a hacerlo o al final de la misa –marimacho, me llamaba mi abuela- . Recuerdo el ensordecedor ruido que hacían que me obligaba a taparme los oídos.  Entonces no era tan consciente como ahora de las bellísimas vistas sobre el Valle Amblés que mis ojos contemplaban desde ese campanario, que todavía existe y al que recientemente he subido, aunque ya, no se tocan las campanas. Lo hace un dispositivo electrónico  en su lugar.

Después de cerrar la claraboya, descendimos y dimos una vuelta a la iglesia. Pese a que sí que miré los canecillos, no lo debí de hacer con la suficiente atención, porque los había con motivos eróticos y yo no fui capaz de descubrir ninguno, pero sí los chicos (deben tener una configuración cerebral distinta….). Si bien es cierto que algo me comentaron, creí que me tomaban el pelo y me quedé sin verlos. Así que continuamos nuestro camino hacia nuestra siguiente parada, la ermita de Santa María de Valverde, cuya visita parecía ser la más complicada de hacer, ya que  la señora que custodiaba las llaves  tenía un horario limitado aunque en su lugar podíamos llamar al párroco.
Santa María de Valverde

Cerca de la hora de comer fuimos buscando posibles lugares donde poder hacerlo en el exterior y por pura coincidencia dimos con el centro de interpretación de las iglesias rupestres  del valle de Valderredible, entre Castrillo y  San Martín de Valdelomar.. Un pequeño y acogedor aparcamiento daba al edificio del centro con una pequeña pradera verde y algunos árboles alrededor junto con  una fuentecilla . Solos, decidimos parar aquí y nuestro amigo vio que en la parte superior y sobre una loma había una iglesia cubierta con una techumbre y que estaba abierta. De nuevo, nuestra buena estrella  no nos había abandonado  ya que se trataba de la iglesia que buscábamos, la  de Santa María de Valverde.  La puerta de acceso estaba abierta al haber  varios operarios cortando la hierba de alrededor.
Santa María de Valverde

Accedemos a su interior y nos sobrecoge su extraña belleza. Esta ermita sigue ejerciendo de iglesia parroquial de la localidad. Tiene dos naves paralelas separadas por pilares cuadrados, la principal, de mayor anchura y una lateral algo más angosta y separada mediante arcos de ligera herradura. Esto parece ser el resultado de la unión de dos templos distintos.  

La luz se cuela por pequeñas ventanas laterales y parece jugar en su interior con las sombras que producen sus arcos. Abriéndose paso entre la penumbra, parece acariciar oscuros rincones iluminándola tenuemente, dotándola de una singular y misteriosa belleza. Y lo mejor, la soledad con que la disfrutamos, por lo que el lugar me pareció mágico.

Santa María de Valverde
En el exterior, pudimos ver tumbas antropomorfas cubiertas con tierra y la espadaña de una iglesia separada de esta ermita.

Regresando de nuevo a ésta, nos quedamos un rato frente a ella, contemplando los sarcófagos antropomórficos que había a la entrada  y  yo hice la travesura del día introduciéndome en uno  para comprobar su tamaño. Justito para mí  que tengo 1,60 de estatura y el ancho parecía medido. Mi amigo rápidamente hizo la broma de “¡corre, busca la tapa!”. Ahora que lo pienso un poco,… parecía hecha a mi medida.

Extendimos unas mesas y sillones al sol y mientras que se calentaba la comida, disfrutamos de un breve aperitivo hasta que nos sentamos a dar buena cuenta de ella. Estábamos cansados, la paz era casi total, el sol nos acariciaba suavemente, el entorno era especial y una suave música acompañada del trino de los pajarillos. Nos dejamos envolver ….así que uno a uno fueron cayendo en un sueño plácido y sereno. Y digo "fueron" porque yo, pese a notar el cansancio, el sueño no conseguía atraparme. Fui, volví, les fotografié, saqué una manta y la puse en el suelo, me tumbé,…nada, hasta que ya muerta de envidia por el descanso del que estaban disfrutando mis compañeros de viaje, me metí en la autocaravana y allí, como si tuviera ya 80 años y me hubiera acostumbrado a una rutina, caí en un breve y restaurador sopor.

Santa María de Valverde
Cuando me levanté, mis amigos ya habían empezado a moverse y primero uno, y luego el otro se fueron perdiendo en el centro de interpretación, así que después de recoger todo el “campamento” nos unimos a ellos. Allí nos introdujimos en una sala oscura, se cerraron las cortinas y "seguimos la luz". Un monje anacoreta a través de objetos y efectos de luz y sonido exponía las principales claves para entender como surgió este pensamiento místico y estos lugares  tan especiales atrapándonos y llevándonos en un sorprendente viaje por el pasado, remontándonos en el tiempo casi 1200 años atrás.

Del resto del centro no pudimos disfrutar ya que, por primera vez, al mirar el reloj vi que faltaba tan solo una hora y media para nuestra cita con la visita a la cueva de los franceses y antes tenía previsto un paseo por el paraje natural de Covalagua. Así no pudimos disfrutar de un audiovisual que nos ponía en  antecedentes del fenómeno y de su contexto histórico. 

La información que tenía era que después de Revilla de Pomar y tras una curva pronunciada y a la izquierda, había un  pequeño aparcamiento desde donde comienzaba una senda de un kilómetro que nos llevaría a la cascada de Covalagua.
Covalagua
Y no fue difícil  encontrarla. Aparcamos en este lugar, un balcón al valle, pero amenazadoras nubes grises parecían acercarse, así que para ahuyentar la lluvia, cogí todos los paraguas que tenía y comenzamos un delicioso paseo por una ancha y cómoda pista que nos condujo entre hayas, espinos, acebos y viejos robles hasta esta cascada.

Pero curiosamente, y pese a haber sido un invierno de muchas lluvias, el agua era escasa y yo me sentí algo decepcionada. Al menos  llegar no nos había supuesto un gran esfuerzo, es más, habíamos disfrutado del corto paseo.

En realidad esta cascada es una surgencia que brota del interior por donde  discurre por cuevas (entre ellas la de los franceses que visitaríamos  después) y que sale al exterior en forma de pequeñas cascadas que no pudimos disfrutar por la escasez de este líquido elemento. El agua desciende cargada de carbonato cálcico disuelto y en el exterior se precipita en forma de terrazas que el musgo va cubriendo, creando pequeñas piscinas naturales  y  mezclándose con materia vegetal formando una roca especial llamada “toba calcárea”.

Covalagua
Contemplamos lo que había de cascada y descendimos a una especie de presa de aguas remansadas de llamativos colores entre azul turquesa y verde esmeralda.

El agua estaba tranquila, era transparente y cristalina, pero….sobre todo era pura y tenía la sensación de que la contaminaría  si tan solo la rozaba con mis dedos, como si fuera a robarla su pureza o virginidad.

Regresamos en animada charla y pusimos rumbo a lo que sería nuestro último destino por hoy: la cueva de los francesas, que encontramos en medio de un páramo. El edificio, tengo que decirlo, feo, artificial. Es lo único que hay en medio de la más absoluta nada, por lo que aún, su fealdad destaca más.

Había llamado por teléfono para reservar, y menos mal, porque la afluencia de público era considerable y posiblemente no habríamos podido entrar. (http://www.lacuevadelosfranceses.es/).  Abonamos nuestra correspondiente entrada (3€ por persona) y a las 19 horas nos recogió un joven con el que descendimos un nutrido grupo  para iniciar la visita a esta gruta, cuyo nombre proviene por ser el lugar de enterramiento de soldados franceses durante la guerra de la independencia.
Cueva de los franceses
Un  túnel de 60 metros   horadado  en el suelo y que tiene tres grandes puertas metálicas a diferente distancia para que hagan cámaras de aire, aislando la cueva del exterior y manteniendo con ello la humedad propia, nos introduce en este mundo misterioso y mágico.

La cueva es una belleza geológica, grande y muy bien preparada para ser visitada con comodidad, con pasarelas y escaleras que la hacen accesible a casi todo el público y un recorrido prácticamente vertical con pequeños desniveles.

Pero para mí, el grupo era demasiado numeroso con algún que otro niño chillón, otros charlatanes y padres un poco maleducados que  impedían que nuestro guía desarrolla su labor con cierta comodidad y que los demás pudiéramos seguir sus explicaciones.

Y algo que me entristeció profundamente: colonias de musgos poblaban las paredes donde había focos. El guía me explicó que habían cambiado el sistema de iluminación y ahora al ser leds y no dar calor, los musgos terminarían por morir. Pero mirara por donde mirara, el color verde cubría extensas zonas. Quizás exageré un poco o quizás estaba muy influida por nuestra reciente visita a la cueva de Candamo donde nos dijeron que había tenido que permanecer cerrada durante muchos años por que colonias de musgos la poblaron acabando con muchas pinturas que llevaban allí miles de años y que ya nunca, jamás, podríamos disfrutar. Creo que nunca sabremos a donde puede llegar nuestra influencia negativa sobre estos entornos únicos hasta que haya pasado mucho tiempo y  a lo mejor, sea irrecuperable, como en Candamo. Menos luz, menos gente, grupos más reducidos, exigiendo a la gente que sea respetuosa con este entorno único, que no toquen nada y UNICAMENTE se limiten a admirar. Vamos, una labor de concienciación con estos ecosistemas únicos, a parte de dirigir un grupo, explicar, enseñarnos “espeleotemas” (formaciones que tienen semejanzas con figuras). EDUCAR, que bien nos hace falta y es que eso es lo que hicieron con nosotros en Candamo y lo que eché aquí de menos.

Aunque la visita me gustó, gruñí, por los niños, por los padres y por su estado de conservación y mis amigos me llamaron la atención por esto. Y puede que tuvieran razón, pero no puedo dejar de sentir tristeza y de enfurecerme con ciertos comportamientos y actitudes de la gente.

Del total de la cueva, son visitables unos 500 m. Pasarelas y escaleras nos van trasladando entre impresionantes estalactitas, estalagmitas  y coladas  por este mundo subterráneo, misterioso y bello. De todos sus rincones y formaciones me gustó especialmente una zona donde estalactitas y estalagmitas se alargaban hasta tocarse y fusionarse formando unas delicadas y elegantes columnas.  

Al final, en unas gradas, nos hicieron una proyección original sobre una pared de piedra. Mi opinión…igual de crítica. Sobra o quizás, está bien pero la hubiera añadido una mayor “profundidad”, redundando en el aspecto educativo que he mencionado anteriormente. Puede que sea excesivamente crítica, sufro por ello y no disfruto todo lo que debería. Pero también tiene su otro lado: cuando algo me gusta, la disfruto con mucha mayor intensidad, o al menos, eso creo y poseo casi intacta una cualidad infantil: la de sorprenderme y emocionarme si lo que contemplo es realmente hermoso. Vaya lo uno por lo otro.

A la salida una densa niebla nos envolvió así que ir al mirador de Valcabado no tenía sentido por lo que pusimos rumbo a Aguilar de Campoo, al área  de autocaravanas donde pasaríamos la noche. Nuestros amigos deciden acompañarnos y tomar un último refrigerio allí.
Área de autocaravanas de Aguilar de Campoo

En el área  encontramos tan solo dos autocaravanas más, una nacional y otra alemana, así que escogemos sitio. Decidimos por la hora –las 20,30- buscar algo para cenar todos. Vacío el frigorífico y escarbo en los armarios hasta reunir cena para los cuatro, lo que no fue difícil. Y así, en agradable y animada conversación y mucha mejor compañía, la noche comenzó a abrazarnos invitándonos, a nosotros al descanso y a ellos a partir hacia Santander, donde pasarían la noche y continuarían su propio fin de semana.

A las 21,30, con la oscuridad casi cerrándose, y apenados un poco por quedarnos tan solos otra vez, despedimos a nuestros amigos y nosotros nos preparamos para descansar de un día, absolutamente delicioso.

Desde hace casi 25 años, y exceptuando el fin de semana que salimos con nuestro amigo Jesús y su grupo de autocaravanas, no habíamos viajado nunca con más gente, y ésta era la primera vez que compartíamos una ruta de cierta intensidad con alguien. A mi juicio, un éxito ya que habíamos cumplido todos los objetivos marcados, y nosotros al menos, lo habíamos disfrutado mucho y ellos, según nos dijeron, también. Había habido tiempo para todo: para circular por carreteras, para disfrutar del arte, pasear por parajes, y para tomarnos un merecido descanso y disfrutar de la paz de un hermoso lugar. Mis  amigos se mostraron como unos excelentes compañeros de viaje con los que repetiremos, si se dejan, además de poder combinar dos formas distintas de viajar ya que en todo momento ellos lo hicieron en su propio vehículo.

Y el sueño nos derrotó en muy poco tiempo y nos mantuvo rendidos hasta las 8 de la mañana del día siguiente, casi 9 horas durmiendo. Y aún necesitaría más.

2 de mayo, jueves. “(...)Donde fuiste feliz alguna vez, no debieras volver jamás(...)”

Aprovechamos el punto y cargamos y descargamos agua, pero a parte de entretenernos en esta operación, nos surgió un problema adicional. Habíamos comprado una tablet de 7” –no sin ciertas dificultades que no voy a narrar- en la que nuestro amigo Jesús (siempre tengo que agradecerle no solo su sabiduría, sino su generosidad) nos había instalado dos navegadores. Tanto en el viaje de ida, como ayer, había funcionado a la perfección, pero hoy, no conseguía conectar con los satélites y buscaba señal de GPS sin encontrarla. Ni con el “Tom-Tom” ni con el “Sygic”, lo cual me resultaba altamente sospechoso, así que me puse en contacto con él, y siempre amable me dijo que siguiera intentándolo que posiblemente si lo lograba, no se atascaría más, pero que si no era así, podríamos pensar en algún problema en el aparato.

El navegador instalado en el teléfono móvil (también por él) encontró los satélites sin problema así que sin querer demorarnos más iniciamos nuestros viaje dejándonos guiar por él  y poniendo rumbo hacia Villaescusa de Torres para visitar el paraje de “las Tuerces”, aunque para nuestra alegría, la tablet “encontró los satélites” y por ahora –y toco madera- no ha vuelto  fallar.

Las Tuerces
El navegador nos introdujo en una pista de arena y grava. Aunque nos extrañó que no hubiera carretera, -que en el mapa figuraba- y acostumbrados ya a todo tipo de ellas y como nos pareció que estaba en buen estado, continuamos. Preguntamos a un grupo de ciclistas confesándonos su ignorancia.  Continuamos  hasta que un puente por el que pasaban las vías del tren con una altura inferior a  dos metros nos detuvo.  Media vuelta marcándole al navegador la ruta paso a paso. Y ahora sí nos llevó a un pequeño aparcamiento a la rivera del Pisuerga donde cabían cuatro coches más. Y allí dejamos nuestra autocaravana junto a una camper,  como nuestra antigua “California” y sus ocupantes, una joven pareja, con los que iniciamos una breve charla sobre nuestros tiempos pasados con ella. Les preguntamos por el paraje y nos señalaron un cartel blanco en la ladera de la montaña hasta donde, según ellos, era la parte un poco más dura de la ascensión por una senda, pero que realmente eran dos breves repechos en zig-zag.
Las Tuerces

Aunque no era nuestra intención inicial, a lo tonto, iniciamos la subida y ciertamente, con poco esfuerzo nos pusimos casi arriba y con un poco más, arriba del todo contemplando un paraje único y hermoso. Si la vista desde allí sobre la llanura era hermosa, no lo era menos lo que teníamos a nuestro alrededor. Un paisaje cárstico, extraño, salvaje, muy atractivo y casi mágico. Y no solo por el esfuerzo de la llegada.

Las Tuerces
Caprichosas formas nos rodeaban, laberintos de calles, callejones, agujeros, setones….y un manto verde salpicado por florecillas de colores diversos, entre ellas orquídeas rojas, rosas y blancas, junto con margaritas, botones de oro, y otras florecillas silvestres,se extendía a nuestros pies. El sol nos calentaba suavemente y el viento nos acariciaba de vez en cuando. Nos tendimos en el suelo para hacer fotografías de las orquídeas en honor a nuestros compañeros de viaje de ayer, que se habían quedado fascinados por la belleza de una que habíamos encontrado donde comimos y que cuidaron amorosamente, y es que mi amiga adora especialmente esta flor –o al menos, eso creo-.

Caminamos sin rumbo, de una formación a otra, atrapados por este enigmático lugar. Nos introdujimos por un pequeño desfiladero umbrío de paredes grises verticales donde apenas penetraba la luz. El suelo estaba tapizado de helechos, dos especies, una especialmente bella por su color, la lengua de ciervo. Salimos de él y seguimos perdidos hasta llegar a una explanada donde había una enorme roca llamada “la seta” por su forma y encima de ella….una cruz de hierro.
Las Tuerces

Angel quiso fotografiarla pero la cruz se veía por todas partes y su enojo fue en aumento según se movía buscando el ángulo adecuado, diciendo que por qué ponían cruces en monumentos naturales si él no iba poniendo piedras en las iglesias. Este comentario despertó mi hilaridad, y tengo que reconocer que tenía más razón que un santo. En fin. Sobran comentarios.

Iniciamos el breve descenso para poner rumbo a Mave, a visitar  su monasterio y el Cañón de la Horadada.

Pero cuando llegamos a este pueblecito no encontramos nada, así que continuamos nuestro camino hasta llegar a Santa María de Mave, otra localidad en donde encontramos nuestro Monasterio románico, y de nuevo la suerte nos acompañaba.
Santa María de Mave

Estaba abierto aunque en la puerta figuraba un número de teléfono al que llamar si lo hubiéramos encontrado cerrado. Lo único visitable de este Monasterio  Benedictino era su monumental iglesia  a la que se accedía por una arco de medio punto decorado con sierras. Su interior era muy hermoso.  La luz vencía aquí a   la oscuridad  y  a la cierta tristeza que parece gobernar la mayoría de las iglesias románicas. Quizás  por el color de la piedra, o por sus ventanales, o por la luminosidad del día o por la hora y la orientación, o por todo esto a la vez, su interior era más luminoso de lo habitual en este tipo de templos  y la luz que entraba se derramaba tímidamente por el interior. Tiene tres amplias naves rematadas en una cabecera de tres ábsides semicirculares.

Pese a las exiguas explicaciones del “guía”, este monasterio tiene una belleza especial y desviarse unos kilómetros para conocerlo merece la pena.
Santa María de Mave

Yo me empeñé en ver el claustro (todo Monasterio lo debe tener) así que pregunté y muy escuetamente el “guía” nos dijo que era un hotel y que era propiedad privada desde la desamortización. No obstante me acerqué para pedir visitarlo y descubrimos un mágico –y supongo que caro- rincón. Un hotelito con mucho encanto y glamour  (El convento de Mave. http://www.elconventodemave.com/ ) en un sitio tranquilo para apartarse del mundo. Y junto a él se anunciaba un restaurante. Para un romántico fin de semana parecía un lugar más que adecuado.

La misma persona a la preguntamos por el Monasterio, nos dio información también de donde encontrar la ruta hasta el desfiladero de La Horadada, que partía en el mismo Mave y allí nos dirigimos.

Tras dejar la autocaravana aparcada en la plaza de hierba y que invitaba a pasar una noche tranquila, preguntamos a una lugareña que nos indicó, pero mal, ya que nos dirigió por un camino que tras cruzar la carretera continuaba por el cementerio ascendiendo  hasta dejarnos en una parte alta desde la que tuvimos una hermosa vista de todo el cañón y del río Pisuerga, pero desde arriba y a lo lejos.

Cañón de la Horadada
Fue entonces cuando  pensamos que nos podríamos haber equivocado ya que por debajo de nosotros vimos una ancha y cómoda pista que discurría por una margen del río, junto a la vía del tren y que parecía llevar,  pasando por una central eléctrica, hasta esta pared  vertical de 500 m de longitud que es la parte más llamativa del cañón.

Resignados con nuestra suerte, disfrutamos de la magnífica vista que teníamos y Angel, positivo, dijo que contemplábamos el cañón desde otra perspectiva. Descendimos y pudimos observar que si en vez de coger la pista que salía justo en frente y que pasaba por el cementerio, hubiéramos girado a nuestra izquierda por la carretera, habríamos dado con el camino  -paralelo al que tomamos- ya que una estaca señalaba la ruta hacia el cañón. Mala suerte. Aunque valoramos la posibilidad de hacerla después de comer, lo desechamos ya que Angel tenía el pie mal y ya habíamos andado hoy suficiente.

Regresamos a la autocaravana, comimos y tras un fugaz descanso, pusimos rumbo hacia una señal de  eremitorio que habíamos visto en la carretera y que se estaba en Olleros de Pisuerga. Pero  nos dirige por un camino de tierra por el que no se puede transitar con coche, por lo que desconociendo la distancia y tal y como estábamos, cansados, Angel aquejado de su pie y con el tiempo justo, decidimos dedicar el resto de la tarde a regresar a dos lugares muy especiales para nosotros en los que estuvimos justo durante este puente, 22 años atrás: El monasterio de San Andrés de Arroyo y la iglesia de Moarves de Ojeda con cuya fachada nos topamos en aquel entonces en la carretera dejándonos absolutamente sorprendidos.

En San Andrés de Arroyo nos reunimos tres parejas con nuestros hijos –aunque nuestro pequeño no había nacido aún- durante un puente de mayo….22 años atrás. Al igual que nuestros recuerdos, tenemos la gran suerte de contar todavía con su amistad.

Así que pusimos nuestro primer destino en Moarves, pero en la carretera nos encontramos con un conjunto monumental de varios edificios de ladrillo, una especie de tapia-muralla, y una iglesia. Es curiosa la memoria, porque yo no recordaba esto, pero era San Andrés de Arroyo, así que decidimos parar. Aparcamos, no sin cierta dificultad porque Angel se metió en una especie de fondo de saco y dar la vuelta resultó de lo más complicado.

San Andrés de Arroyo (puerta y rollo)
Rebasamos el portón de entrada y accedimos a todo este conjunto.

De esto si me acordaba, ya que en aquel entonces, y supongo que ahora, lo cerraban por la noche y a mí –madre primeriza- no dejaba de inquietarme pensar  que alguno de nosotros pudiera necesitar salir con algún niño por la noche (llevábamos tres entre todos).

Pero el rollo  no lo recordaba. Sí el comentario de nuestro amigo Jesús, siempre muy versado en estas cosas, que dijo que la Abadesa de este Monasterio lo era de “horca y cuchillo”, es decir, que tenía poder para impartir justicia  sobre aldeanos de un total de once villas, aunque originariamente este rollo estaba en lo alto del cerro.

También recordé en cuanto la vi la fachada de la casa donde estuvimos alojados.

Hace 22 años no existía el turismo rural y nuestro amigo, recomendado por otro, solicitó a la Abadesa el uso de una de estas viviendas que formaban el Monasterio. Las  cedían gratuitamente si tenían alguna referencia ya que querían que la gente que se alojara fuera respetuosa con el lugar y con ellas, monjas de clausura. Y allí estuvimos, pasando unos deliciosos y fríos días, porque no había calefacción y tan solo disponíamos de una estufa de gas en el salón enorme y cuyo uso nos controlaba la monjita que hacía de enlace y que de vez en cuando venía a vernos sentándose con nosotros para charlar. Mis recuerdos son ahora demasiado fugaces: el exterior, el enorme comedor, una bañera preciosa del principios del XIX,  el frío, una gigantesca tarta de hojaldre y nata que nos hicieron para nosotros y como no, el impresionante claustro que pudimos visitar en soledad y el privilegio del que pude gozar fotografiándolo. Todavía conservo la ampliación que hice de la fotografía de su columna más famosa, esa cuyo capitel, único, está vaciado para dejar esculpidas unas hojas que son pura filigrana. Y  mi memoria no llega a  más.

Y me gustó regresar, estar y recordar,  pese a aquellas palabras que nuestro amigo Jesús nos citó de  Felix Grande: “Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás”.

Este Monasterio cisterciense fue fundado en el siglo XII por una condesa de la casa de Lara y siempre ha estado habitado aunque sufrió la desamortización en el XIX, pero cobró vida 20 años después con una comunidad de monjas cistercienses.

En una esquina del recinto encontramos un grupo de gente. Me informo y hay visita cada hora en punto, la siguiente, a las 17h para la que quedan escasos quince minutos que aprovechamos para ver la iglesia con una bonita cabecera que no recordaba, de una sola nave con crucero y tres ábsides. La luz se colaba por sus grandes ventanales derramándose en su interior. Una enorme cristalera separa un magnífico coro del resto de la iglesia.  

Regresamos y nos unimos a un nutrido grupo de señoras de bastante edad. Junto a ellas tres o cuatro parejas más. A la hora en punto sale una monjita que saluda cariñosamente a este grupo. Al parecer  se trata de unas monjitas  que proceden de un convento de Fromista junto a las que comenzamos una tranquila visita al claustro, lo más espectacular de este Monasterio.

Cuando atravieso la puerta y piso el claustro es como si hubiera pasado por una puerta que me trasladara a otra dimensión, a otro tiempo. La emoción me embarga. Todo sigue igual, parece que los  años no han pasado por este lugar. Porque ¿Qué son 22 años  sobre  sus más de  900 de existencia?.

Y ahora creo que disfruto más de su exquisita belleza.

Tardorománico,  con los arcos ligeramente apuntados y parejas de columnas con esbeltos fustes separados y  sofisticados capiteles muy abiertos con representaciones vegetales esculpidos al detalle, es de los más bellos que conozco. Pero lo que más llama la atención son las columnas angulares con un grueso fuste decorado con motivos geométricos y florales y en especial una, aquella que fotografíe 22 años atrás (ahora sigue la prohibición expresa de hacer fotografias) y cuyo capitel, único por haber sido vaciado para hacer el motivo, parece encaje de filigrana.

Continuamos paseando por este magnífico claustro guiados por la monjita (…una sonrisa se dibuja en mi cara al recordar que David las llamaba “esponjitas”) hasta detenernos en su hermosa sala capitular, decorada a la entrada con arquivoltas apuntadas y que guarda los restos de las dos primeras abadesas en dos sarcófagos. Admiramos la hermosa fuente árabe que se encuentra en el centro del claustro disfrutando  uno a uno de la impresionante “vista panorámica” que se tiene cuando miramos a través de los dos fustes de las columnas del claustro hacia las esquinas. ¡Lástima no haber encontrado en Internet ninguna fotografía porque la imagen es preciosa e inolvidable!.

Las monjitas que nos acompañan se mueven despacio, algunas con dificultad y apoyadas unas en otras. Frágiles, dulces, muestran su sorpresa y admiración por lo que observan y parecen sacadas de un mundo aparte y puestas en éste tan solo por unos instantes. Los demás, ajenos a este grupo tan peculiar, nos mantenemos a cierta distancia, quizás prudencial, por temor a pisar a alguna o derribarla con un ligero movimiento. Y terminamos nuestra breve visita en la despensa.

Embargados por la melancolía, fotografié con el teléfono la fachada de lo que hace 22 años y durante unos días felices, fue nuestro hogar compartido con nuestros amigos a los que unen muchas cosas vividas a los largo de 35 años ó más.Toda una vida. Luego le enviaría a Jesus estas fotos por WhatsApp –perdona Rafa, pero casi nunca lo miras así que, para qué- que enseguida reconoció. Excelente cabeza, amigo. Los años no parecen pasar por ella.

Dejamos este lugar cargado de recuerdos para dirigirnos hacia Moarves de Ojeda.

Y como la primera vez que la contemplé, sigue sorprendiéndome esta belleza de piedra rojiza. Y una vez más, la suerte seguía acompañándonos, ya que la iglesia estaba abierta y acababa de comenzar la visita para tan solo una pareja. Atravesamos decididos su puerta enmarcada con cinco arquivoltas algunas con anchos ajedrezados. Así que, casi en exclusiva, gozamos de las entusiasmadas y versadas explicaciones sobre esta espectacular iglesia que tiene una impresionante fachada  decorada que contrasta vivamente con la sobriedad y sencillez interior, donde lo que más destaca es una pila bautismal restaurada que representa  la figura del Patócrator rodeada con los…12 apóstoles MAS uno, y dada esta figura más, las hipótesis de quién sería el numero trece son varias.
Nuestro guía nos llama la atención sobre la similitud de la figura del Patocrátor de la pila con la de la fachada y destaca algunos detalles más sobre la construcción y sobre tres tallas románicas.
Y salimos a admirar el exterior, su fachada meridional, de una gran belleza construida en piedra rojiza. La puerta tiene cinco arquivoltas, algunas con ajedrezados que descansan sobre columnas con capiteles que reflejan la lucha entre el bien y el mal. Por encima de la puerta, su espectacular friso que tiene en su parte central la figura del Patocrátor protegido con Tetramorfos y escoltado a ambos lados por todos los apóstoles. Y aquí sí, son doce.
Y es difícil apartar los ojos de esta belleza y nuestra vista recorre el friso y desciende hacia la puerta, pero de nuevo se siente atraída por el friso y regresa a él.

Allí permanecimos un buen rato, en parte atrapados por la belleza de esta fachada, y en parte resistiéndonos a regresar.
Las 18,30 horas. Hemos de iniciar el regreso. Llegaríamos pasadas las 22 a Madrid sin nada que resaltar.

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás (…)

(…)Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz; (…)
(Felix Grande)

Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte, Mayo de 2014



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Moarves de Ojeda. Interior. Pila bautismal

Moarves de Ojeda . Exterior. Patocrator.